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Trail y Vida. El entrenamiento que más se sufre

Irene De Haro nos transmite su particular visión de lo que supone para ella un entrenamiento de series.

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Un día que entrené series, hace no demasiado tiempo, acabé casi literalmente fundida. Llevaba varios días pensando en ese rato (que realmente, si quitamos los descansos, son unos 20 minutos). Tenía que ponerme a una velocidad concreta durante un tiempo concreto, para respetar el ritmo solicitado por mi entrenador. Él me conoce como corredora mejor que yo misma. Sabe que llego a esos rangos. Pero claro, sabe que sufro mucho en esos rangos.

La noche antes procuro cenar bien, y también descansar. Pero me inquieto ante la certidumbre de un sufrimiento aceptado. Y no por el sufrimiento en sí, que lo asumo (esto es voluntario, de qué vas, no te quejes), sino porque realmente deseo con toda mi alma que me salga ese entrenamiento. Deseo que mi cuerpo responda. Deseo que mi corazón sea razonable, y que no le dé por alcanzar rápidamente las 198 pulsaciones, cosa que con el calor ocurre. Y que no me pare.

Cuando me pongo a ello, en realidad, siento una brutal dicotomía que no es común en mí: lo que la mente puede y lo que el cuerpo puede. Porque mi mente puede. Curiosa ella, no me pide que me pare. No me intenta proteger. Es más: me espolea para que siga hasta el final, para que lo dé todo. Yo no sé si es eso sano, pero mi cabeza va así, como si el mecanismo del freno de mano universal que uno echa cuando se ve en peligro, estuviera algo estropeado. Cuando yo tenía padre, me decía (y no lo apreciaba como virtud), que esa cabeza mía me hacía sobrevivir a lo peor. Y por eso, en el fondo, me pregunto, ¿qué son unas miserables series, que yo no puedo hacerlas? ¿Qué pasa con este cuerpo mal dotado que llega un punto en que, por más determinación que gasto, no tira? Pues mira, es una demostración empírica de que no siempre querer es poder. De que a veces sales a dar lo mejor de ti, y ese día lo mejor de ti no pasa el control de calidad que tu entrenador te solicitaba.

¿Eres peor por eso? ¿O avanzas a pesar de eso? Qué coño. Pues claro. El ritmo marcado no es sino un número. Todo suma, y lo trabajado es al final la holgura de tu sufrimiento. Lo has ahormado. Con el fin último, meramente, de ser capaz de asumirlo como parte de ti, y tirar. Y, en tus límites (que los tienes, no te engañes) ser cada día, cada vez, un poco mejor. Un poco mejor que tú mismo ayer. Un poco solamente. Y a veces esa mejora la marca el solo hecho de salir y hacer. A tu mejor nivel. Con lo mejor de ti.

Cuando pregunté, tras aquel día, a unos cuantos amigos que cuál consideraban ellos que era el entrenamiento que más les hacía sufrir, mi amigo Sergio Cuevas Saldaña me dijo, con su sabiduría: “el que no puedo hacer”.

El miércoles volveré a dejar mi sistema colapsado en el sendero que subo reiteradamente para mis series en cuesta. Bendito colapso elegido. Bendito sufrimiento elegido. Nada tiene que ver esto con todas las miserias de la vida de las que sin embargo estas brutales pulsaciones nos protegen.

 

 

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