Tres años después de participar en la Diagonale des Fous, cierro los ojos y hago una regresión a ese octubre de 2018.
Tenía que prepararlo todo para volar a 9400 kms. de casa. La cosa estaba clara, viajar a una isla que había que buscar en el mapa para lograr situarla, y que, si bien es cierto que la carrera disfruta reconocido prestigio, no conocía la ubicación en el globo terráqueo (¡hola Google Maps!). Había que dirigir la vista hacia Africa, y conforme bajas, sobrevuelas las Seychelles, y “a la derecha”, al lado de Madagascar, vemos la Isla de la Rèunion, a un tiro de yate privado de Isla Mauricio, paraíso de ricachos jubiletas, y recién casados de profuso banquete y mejores regalos. Es curioso, porque ahí, en el culo del mundo, se habla francés. Cosas del pasado, la historia y sus procelosos entresijos. Qué le vamos a hacer.
Los días previos transcurrieron como siempre. Como siempre que voy solo a una carrera. Como siempre que no me acompaña mi mujer; un absoluto caos -como siempre-. La cosa andaba entre ropa, mochilas, complementos y mandangas de todo tipo, sin encontrar lo que necesitaba, y repasando -y deshaciendo- la maleta ahora si, luego también. Y todo por no hacer una lista e ir tachando. Pero para ello, he de acordarme de hacer la lista, en lugar de apuntar cosas en una lista que no he creado. Ése soy yo.
Después de subirme a 2 aviones, y a punto de perder la maleta (por pensar que con el transbordo no debía de ir a la cinta a recogerla), llego al Aeropuerto Roland Garros, donde me esperaba un amable chófer de la organización con un letrerito blanco: “Juan González Territorio Trail Media”. El atento chófer me lleva a recoger el dorsal, y al hotel. Un hotel que invitaba al descanso y relajación, y no a colocarse un dorsal para una carrera de 100 millas. A cuerpo de rey, oiga.
La carrera en sí es espectacular, la mires por donde la mires. Y los reunioneses lo saben. Es “su” carrera. Es por ello que nos ofrecen lo mejor y quieren que los participantes se lleven la mejor experiencia. En consecuencia, toda la isla se implica en el evento. En restaurantes, calles, hoteles, lucen el cartel oficial de la carrera. Incluso en bares tienen en su entrada enormes fotos de François D’Haene, asiduo y vencedor de la prueba.
La salida es la más espectacular que he visto en mi vida. Llegué a dudar que algún ciudadano permaneciera en su casa. Recuerdo esa larga avenida, en Saint Pierre (al sur de la isla) rebosante de animación. Por nuestra parte, asistíamos atónitos a semejante agasajo, con la presencia del destello de nuestros frontales, pertrechados con la misma camiseta (es obligatorio salir y llegar meta con la prenda oficial), mientras disfrutábamos con música de fondo local. Nada de bandas sonoras de películas, ni melodías épicas. Allí lo que funciona son los músicos y acordes producidos por los instrumentos de la isla, audibles a duras penas gracias a la algarabía y fervor de los presentes, y con ello, se bastan. Bien me parece.
Salida a las 20h, con la cuenta atrás (Poletti style), y arriba. Tenemos por delante más de 160kms. y casi 10000 metros positivos de ascenso. El trazado de la carrera es de lo más exigente, ten en cuenta, que el ganador, tarda casi 4 horas más en llegar a meta, que el tiempo empleado en ganar el UTMB. Jamás había subido y bajado tantos escalones, cada uno de una medida, hechos de troncos, de losas de piedra, y casi todos, muestran enorme interés que desequilibrarte, y hacerte resbalar.
El clima tropical y húmedo de la isla, hace que en toda la superficie luzca una brillante y peligrosa impregnación. El imponente Piton des Neiges (3070 mts., ojo), el circo de Cilaos, o de Mafate, hacen que tu vista esté constantemente obsequiada por unos paisajes que te recordarán a Parque Jurásico. Eso si, no da tregua. Las subidas de extrema verticalidad hacen que el avance sea lento, más aún teniendo en cuenta, que en esta carrera el uso de bastones no está permitido, por tratarse de un espacio natural protegido en el su conservación está por encima del rendimiento en el trailrunning.
Si hay algo que recuerdo con cariño y gula, son los avituallamientos. Esta carrera es una de las pocas 100 millas que cuenta con 2 bases de vida (km. 63 y 128). Pero es que de ellas, sales gordo; crepes salados y dulces hechos para ti, al momento, “acompañados” de platazos de pollo con especias, alubias y arroz. Memorable todo ello. C´est bien! Jamás había sufrido tanto en una carrera, a nivel muscular, con la gestión del sueño, padeciendo un terreno técnico y resbaladizo. Las caídas eran norma. Pero, a pesar de todo, me dije que era un privilegiado por estar allí, añadiendo una muesca más a la “Carpeta de Vivencias”, dentro del archivo de mi espíritu. Tuve que ponerme serio conmigo mismo y decirme: “tío, estás aquí solo, en una carrera espectacular, en el culo del mundo, a más de 9000kms. de casa, y no volverás en tu puñetera vida….así que, apriétate bien los tornillos del culete, que es hora de pasar la ITV”.
Y así, con toda esa cháchara interna, llegué al estadio de la Redoute, al norte de la isla, 53 horas después de la salida Una llegada, que por cierto, es al más puro estilo Western States; dentro de un estadio de atletismo, en el silencio de la madrugada, bajo los potentes focos, y un extraño sigilo, tratándose de esa isla alegre y sonora.
Lo que pude ver y vivir esos días, es incuantificable. No se puede establecer valor sobre algo intangible que permanece en tu interior. La particularidad de los pequeños núcleos urbanos, su gente, su música, la forma de relacionarse entre ellos, sus comercios, la amabilidad…y por supuesto un recorrido duro y espectacular, hace de la Diagonale des Fous, una carrera de ensueño.
Y llámame loco.