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Impacto

Cada cosa que hacemos en la vida tiene un impacto no calculado. A veces para mal. A veces para bien. Y en la mayoría de las ocasiones el impacto es mudo, y tú, artífice del mismo, no te enteras de nada.

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Cada cosa que hacemos en la vida tiene un impacto no calculado. A veces para mal. A veces para bien. Y en la mayoría de las ocasiones, este impacto es mudo, y nosotros, artífices del mismo, no llegamos a ser consciente de la estela que dejamos: el hecho de haber hollado un camino en el corazón de alguien nos suele ser ajeno.

En raras ocasiones, sin embargo, llegamos a saber. Saber es una fortuna. Saber nos hace libres. Y nos permite tomar decisiones de ahí en adelante, y nos da conciencia plena para decidir qué queremos ser en los demás.

Cada vez pienso más en estas cosas. Las muescas dolorosas que he dejado en otros, que irremediablemente las hay, y ahí las llevo. El recuerdo de la Irene de hace unos años, a la ligera, hizo o deshizo, me produce una severa reflexión. Ahí está. En mi mochila. Lo gestiono como puedo y procuro tenerlo presente con responsabilidad.

Pero el regalo que alguna vez te hacen, considerándote parte de la mejora de la vida de alguien, eso hay que hacerlo también nuestro lo más pronto posible: nutrirse con el conocimiento pleno de que con los pequeños actos también somos capaces de haber lanzado algún que otro salvavidas.

Mi amigo Juan Carlos Aguirre vive en México. No lo conozco personalmente. Son las redes las que nos han unido de algún modo.

Mi amigo Juan Carlos se ha hecho fijo del canal de YouTube que mi marido y yo tenemos1, donde contamos nuestras cosillas sobre el trail: que si carreras, que si entrenamientos, que si lesiones, que si ilusiones y frustraciones. Todo muy del día a día. Y como siempre digo, todo personal. Pero, ojo, no íntimo. No somos (no queremos ser ) un Gran Hermano. Solo compartimos pasiones, porque al final ese compartir genera referencias. Porque a veces alguno que desde su casa ve a dos corriendo por el monte un domingo, a lo mejor piensa que él mismo podría probar. Y eso, digo yo… eso está bien.

Con estos textos es un poco lo mismo. Pero estos textos sí son en gran sentido íntimos. Y aquí, con la letra de por medio, basculo más hacia el interior de mi corazón y de mis experiencias. Supongo que es así porque los leen pocos. O porque sé que si alguien se anima a echar paciencia para leer tanta reflexión, sabrá escuchar, con más delicadeza, con más cercanía.

Mi amigo Juan Carlos me contaba que estos medios de comunicación le habían supuesto mucho en su vida. Me decía que esos vídeos del canal y que estas cuatro líneas mías, le ahormaban un poco hacia la esperanza. Porque le costaba levantarse. Porque algunos días, el amanecer es para él una plomada. Y porque a veces no entiende bien el sentido de esto de vivir. Y me explicaba que se pone nuestros vídeos, y que ahí salimos Pablo y yo corriendo, haciendo chistes, animándonos al sol, con el ejercicio y con el reto que supone, y que él desde tantos kilómetros que hay hasta su México lindo, tomaba un poco la cordada, y tiraba hacia sí, y se ponía en pie. Para correr, para salir, para hacer. O para entretenerse 10 minutos con nuestras tonterías, con la banalidad de las historias que contamos.

Yo le digo a mi amigo Juan Carlos que le entiendo mejor de lo que pueda imaginarse. Que esa plomada (ya lo sabe él) se llama depresión, y que a veces se traduce en algo tan físico, tan invasivo, tan incapacitante, que no se puede explicar sino como una enajenación de tus sentidos y de tus pensamientos.

Yo recuerdo muy bien una larga etapa de mi vida anegada por esa oscuridad. Recuerdo cada despertar desde la angustia, desde el deseo de que pronto se aviniera la hora de nuevamente dormir. Y recuerdo la triste paradoja del insomnio, y su desasosiego, cuando el pensamiento se me convertía en una turbina al rojo vivo que no rebajaba ni un momento sus revoluciones.

Recuerdo ese ir por la calle en una conversación que no escuchaba porque realmente no me importaba, porque realmente no podía importarme. Recuerdo la risa fingida, bajo la pregunta del sinsentido, bajo el pensamiento errante, bajo la premisa de que no había construcción posible ni sitio hacia el que ir.

No quería nada. Solo quería que todo cesara. Que me dejaran en paz. No quería existir.

La Irene que soy hoy sabe usar la palabra depresión. La de aquel entonces, la pasó como una subida al Calvario, como un animal estabulado que espera su sacrificio. Y todo lo que hacía, sin ella saberlo, ahondaba más y más su estado: cada vez más quieta; cada vez más a oscuras; cada vez más sola. Y más incomprendida: qué decirle a nadie, cuando todos tenían su vida, y fluían sin los pedregales que en este camino estrecho a mí me abatían…

En un punto, no sé bien cuándo, descubrí que algunas cosas me aliviaban. Entendí que todas ellas eran profundamente simples: el sol; el silencio; la música; caminar… qué bueno era para mí caminar… Y luego, un día saqué fuerzas de no sé bien dónde, y me compré unas zapatillas. Y eché a correr. Y eché un poco a vivir.

No es así de fácil, y la evolución, más que a una línea ascendente, se parece a los dientes de una sierra. Pero en las caídas, iba, sin embargo, tomando decisiones. Eran decisiones sencillas: de horarios, de ropas , de recorridos que me proponía completar. Y así, decisión tras decisión, en ese ir y venir de subidas y bajadas, me iba viendo capaz de tomar las riendas de mi vida. Y, mejor o peor, comencé a ser yo. A reconocerme en mí. Y a querer hacer algo que dejara de empozar mi existencia.

La Irene de hoy, que no se cambiaría por nadie de este loco mundo, que hace 20 años se arrastraba en su condición de larva, hoy vuela. Con las alas del amor a sí misma, de la comprensión de sus oscuridades, y con la gratitud eterna hacia aquellos que le dan un peldaño al que subirse para obtener perspectiva.

Gracias, Juan Carlos, por instarme a echar la vista atrás para entender, y por decirme que desde mi inconsciencia te lancé en algún momento una suerte de cuerda en la que hoy te agarras para salir a la luz. 2

 

1 El canal se llama “Pablo Castillo”.

2 Y solo para que conste… ojalá hubiera ido yo a un profesional en aquel entonces. Cuánto camino habría acortado…

 

 

1 comentario
  1. Liz Morgan dice

    Muchas gracias querida Irene, por ser esa luz que tanto tiempo espere para Juan Carlos; no te imaginas cuánto eh llorado al leerte, y volver igual que tú atrás y ver en lo que yo también estuve, esa depresión que no te deja ni mover, muchas veces agarre fuerza y trataba de estar bien por esa persona, sacrifique mucho por amor y mi depresión trataba de hacerla a un lado porque no me podía permitir sentirme así, pues ya bastaba con uno… Hace casi dos años caí en la peor depresión de mi vida y ahora le tocó a él estar para mí, y también gracias al runing pude dejar atrás mi tristeza y mi dolor y salir adelante, yo lo creo y lo afirmo, no hay mejor terapia que correr y no cuesta nada, gracias Irene por abrir tu corazón. Besos

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