Todos los años, cuando comienza el mes de marzo, algo se mueve en determinados grupos de Facebook y de Whatsapp. Las noticias sobre un pequeño rincón de los Estados Unidos profundos, en el estado de Tennessee, llamado Frozen Head comienzan a aparecer con cuentagotas.
Es tiempo de Barkley Marathons, y una legión de frikis de esta prueba aparecen del mismo modo que lo hacen las setas en otoño. Los grupos de Facebook, inactivos durante gran parte del año, comienzan a poblarse de fotografías y noticias, unas fundadas y otras infundadas. Hay quien sólo utiliza Twitter durante estos días para seguir con devoción el hashtag #BM100 y los tuits de Keith, la «biblia» de la carrera durante su celebración. La información sale a cuentagotas de Frozen Head (Lazarus manda) y encontrar cualquier dato sobre lo que está pasando es un bien preciado si bien cada año la información aumenta y ya no es tan complicado saber cuándo va a comenzar.
Barkley es una carrera muy especial, aunque hay quien jamás la ha considerado como tal. Curiosamente, incluso medios que siempre había renegado de ella comienzan a dedicarle espacios en sus webs. Barkley es Barkley y Barkley es Laz pero, ¿por qué nos gusta tanto?
¿Qué tiene de especial la Barkley? Mejor dicho, ¿por qué tiene tal magnetismo una carrera cuya base de su recorrido es el que siguió un preso al fugarse de una cárcel de máxima seguridad? En la que además el recorrido no está marcado, tienes que orientarte utilizando mapa y brújula, no se saben ni la fecha ni hora de inicio y en la que para acreditar que se ha completado el trazado correcto de los cinco bucles que conforman las cien millas hay que arrancar la página correspondiente a tu dorsal de un libro situado en un lugar del que sólo conoces las coordenadas. Seguramente por todo lo anterior junto… y porque desde 1986 sólo han conseguido completar las 100 millas 15 personas, la última en 2017.
Personalmente, descubrí la Barkley Marathons gracias a Iván Vivo allá por 2011. Ahora hay bastante información sobre la prueba, Lazarus es un personaje famoso, se han escrito libros y rodado documentales, pero hace diez años no había nada de eso. Existía la web de Matt Mahoney, que a día de hoy mantiene el sabor de las webs de la prehistoria de internet y, para los que vivimos aquí, la de Iván Vivo. Allí se hablaba de una carrera infernal en la que los participantes terminaban (es un decir, porque allí no terminaba nadie) con los pies llenos de ampollas y las piernas ensangrentadas por arañazos. Todo un planazo al que además era casi imposible ir, porque los 40 dorsales se asignaban tras un farragoso proceso de inscripción más complicado incluso que la propia Barkley.
Desde entonces hasta ahora mi pasión por esta carrera ha ido creciendo año tras año, más todavía desde que mis compañeros en Territorio Trail Media Neisa Condemaita y Andrew Arbuckle se han desplazado a Tennessee en las últimas ediciones y hemos podido conocer la prueba, y al propio Lazarus Lake, a fondo.
Barkley nos gusta porque no es una carrera de masas, porque todavía destila autenticidad y porque desprende aroma a los primeros tiempos del trailrunning, cuando todavía no se había mercantilizado nuestro deporte. Barkley nos gusta porque no podemos saber los resultados conectándonos a un seguimiento vivo, porque tenemos que esperar las noticias que Keith tuitee. Barkley nos gusta porque no hay un arco de meta ni de salida, porque esa barrera amarilla tiene un magnetismo especial que bien merece por si sola el viaje.
Barkley nos gusta porque participar es sinónimo de fracaso pero también porque allí se han escrito páginas de oro. Barkley nos gusta porque allí hemos conocido a Nickademus Hollon, descubrimos la historia de Brett Maune, sufrimos la decepción de Gary Robbins, vimos a dos españoles completar un «loop», a Jasmin Paris un «fun run» y vivimos historias que resistirán el paso de los años.
Barkley nos gusta porque se sale del star system del ultratrail actual. Barkley nos gusta por su estética de película de terror de serie B. Barkley nos gusta por Lazarus, por Keith, por la barbacoa de gallina y por todo ese peculiar grupo que hace de un fin de semana en Tennessee algo muy especial.
Barkley nos gusta porque no ha muerto de éxito y sigue siendo auténtica.