Tuiteaba nuestro compañero Bryan Trujillo hace un año, durante el seguimiento de la BM100, que comprender Barkley Marathons y todo lo que la rodea es muy complicado si no eres norteamericano. Seguramente no es necesario haber nacido en Estados Unidos para entender la Barkley Marathons, pero sí es posible que suceda algo parecido a lo que pasa con el fútbol americano. O te gusta o te espanta. Porque las particularidades de la Barkley Marathons son muchas. Tantas que hay muchos que ni siquiera la consideran una carrera y que, incluso, cuando hablan de ella lo hacen con desdén y desprecio.
Una prueba en la que el día de comienzo es una incógnita. Los corredores están convocados un determinado día en el Frozen Head State Park de Tennessee. Pero ese día no comienzan a correr. Un toque de corneta de Lazarus, alma mater de la carrera, anuncia que la salida será una hora más tarde. Una espera tensa, que nunca se sabe cuánto va a durar, en la que todo lo que suponga aumentar la tensión de los corredores es bienvenido. Sesenta minutos después, en el momento en que Lazarus enciende su cigarrillo, comenzará Barkley.
Por delante, cinco bucles de 20 millas cada uno, 20000 metros de desnivel acumulado y sesenta horas para completarlos. Un recorrido que no está marcado, no hay avituallamientos y en el que para seguir el trazado correcto es necesario tirar de mapas y brújula para encontrar cada uno de los libros en los que se deberá arrancar la hoja correspondiente al número de dorsal del participante para demostrar que se ha pasado por allí. Todo, inspirado en la historia de James Ray, el asesino convicto de Martin Luther King, que en su ruta de fuga de la prisión de Brushy Mountain sólo logró recorrer unas ocho millas en casi dos días y medio. La historia sirvió para inspirar la creación de esta cien millas que, al revés que cualquier otra, tiene todas las facilidades para que no se logre terminar.
Falta muy poco para Barkley Marathons 2018