Han pasado casi cuatro años, pero todavía tenemos nítida en la retina la imagen de un Gary Robbins en el suelo, abatido tras haber perdido la oportunidad de ser finisher de Barkley Marathons por tan sólo seis segundos *. La fotografía en blanco y negro de Alexis Berg refleja a la perfección la frustración, el abatimiento y decepción de quien ha perdido el objetivo de meses de preparación. Cuatro años después Gary Robbins, probablemente, es más recordado por este momento que si hubiese conseguido ser finisher en Frozen Head.
12 segundos fueron el sábado la barrera infranqueable que separó a Jim Walmsley de la gloria del récord mundial de los 100 kilómetros. Un récord que tuvo en sus zapatillas durante 99 kilómetros y que se le escurrió entre los dedos en una recta final interminable, en un plano de cámara fija en el que vimos avanzar a Walmsley buscando un crono que se le escapó cruelmente.
Al igual que a todos se nos encogió el corazón con la imagen de Gary Robbins en el suelo, vencido por sólo seis segundos en Barkley Marathons, todos estábamos empujando a Jim Walmsley en esa recta que, como un plano secuencia cinematográfico, le llevaba a la meta del Project Carbon X2, el evento organizado por Hoka One One.
Hay momentos en la vida que quedan grabados en nuestra memoria, momentos muchas veces más relacionados con el fracaso y con la decepción que con el triunfo. ¿Por qué? ¿Nos sentimos atraídos por el fracaso, por las historias que no tienen final feliz? ¿Estamos tan acostumbrados a ver los triunfos y éxitos de los deportistas que, cuando alguno no lo consigue, empatizamos con su decepción al punto de identificarnos con él?
Walmsley engancha. No es un corredor más. Nos enganchó cuando se perdió en un cruce a falta de 8 millas en la Western States del 2016. Nos enganchó cuando explotó en la del 2017 en esa edición en la que buscaba no sólo el triunfo, también el récord. Nos enganchó cuando le vimos tumbado en un banco en un avituallamiento de UTMB. Nos hizo soñar buscando una plaza olímpica para Tokyo en los Trials de Atlanta. Y nos ha vuelto a enganchar al verle perder el récord de los cien kilómetros. ¿Por qué? Porque lo vemos como uno de nosotros, como alguien a quien las cosas pueden salirle mal, alguien que consigue el triunfo después de mucho esfuerzo y alguien que, incluso dándolo todo de sí mismo, puede no conseguirlo. Y nos engancha, también, porque desde el mismo momento en el que cruzó la línea de meta de esa fatídica recta estamos esperando a que vuelva a intentarlo, estamos esperando verle renacer una vez más.
A lo que hizo Walmsley jamás se le podrá calificar de fracaso. Ha conseguido la segunda mejor marca de la historia y ha demostrado, una vez más, que es un corredor sobresaliente. Pero sí es una decepción. Para él, sin ninguna duda el primero. Para su marca después. Y también para las miles de personas que siguieron el reto en directo, bien en la retransmisión o en las actualizaciones en redes sociales.
Creo que, si Jim Walmsley hubiera conseguido ayer el récord mundial de los 100 kilómetros, hubiésemos escrito ríos de tinta sobre él. Le habríamos aclamado como merece pero la efervescencia del éxito hubiese durado unos días, unas semanas… Pero la forma de perder el récord después de tenerlo en sus manos, de ver en directo como se le escapaba entre los dedos, de intentar empujarle en esa recta que no terminaba jamás, es algo que tardará mucho más en olvidarse. Más que un récord.
* Gary Robbins no hubiera conseguido ser finisher igualmente, puesto que además de los seis segundos sobre el tiempo límite, no había seguido el camino correcto en el quinto «loop».